January 2021 1 84 Report
Bojour, pouvez-vous m'aider pour la dernière question de mon devoir d'espagnol svp? Merci beaucoup!!!

voici la question: Explica por qué, al final de las charlas, los dos personajes no reaccionaban de la misma manera.

voici le texte:
Asistí a unas charlas sobre literatura. Iba siempre en compañía de Antonia,
que era la que me informaba sobre las características del orador:
si era un novelista, un poeta, un profesor, si de él podía esperarse una
intervención amena y brillante. Las charlas solían tener lugar en cajas
de ahorros y colegios mayores, y el momento clave venía al principio,
cuando el conferenciante recorría el pasillo precedido por el presentador,
subía con mayor o menor desenvoltura los escalones del estrado y
ocupaba su asiento ante el botellín de agua y el micrófono. En realidad,
de aquellos hombres y mujeres me interesaban menos las palabras que
el aspecto, menos las ideas que la forma de comportarse. Tenía idealizada
la figura del escritor. Pensaba que los escritores eran unos seres
instalados en un nivel superior de la existencia, personas que tenían
respuestas para todo y a las que me habría gustado poder acceder para
contrastar mis inquietudes y pedir consejo. Si un escritor no sabía orientarse
en el laberinto de la vida, ¿quién entonces? Por eso ese primer
minuto era tan importante: porque en él debía descubrir los rasgos que
revelan su genio. Estaba segura de que, si alguna vez me hubiera cruzado
por la calle con un escritor de los que yo admiraba, con Pasternak
o con Hemingway, una simple ojeada me habría bastado para percibir
su superioridad, una superioridad que procedía de la experiencia del
dolor y de la habilidad para convertir esa experiencia en arte.
Con aquellos escritores de la caja de ahorros ese primer vistazo resultaba
siempre decepcionante, y sus palabras no hacían otra cosa que
confirmarlo. Los encontraba humanos, demasiado humanos: pequeños,
miserables. Mencionaban títulos de libros desconocidos dando por
supuesto que todos los habíamos leído, y de vez en cuando descalifi-
caban a algún que otro autor clásico para darse importancia y situarse
por encima. Con sus barbitas recortadas y sus gafas de concha tenían
algo de impostores, de charlatanes (…) No, seguro que ni Pasternak ni
Hemingway eran así. Me volvía hacia Antonia y le decía al oído: “A éste
tampoco me apetece leerle.” Y ella me lo reprochaba en un susurro:
“¡Mujer, cómo eres!” Antonia era de las que luego, cuando acababa la
charla, se acercaban con su ejemplar y hacían cola para conseguir una
dedicatoria. Yo la esperaba a la salida. Ella se reunía conmigo al cabo de
unos minutos. Llevaba el libro como las colegialas llevan sus carpetas,
apretado contra el pecho.

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